Los pulmones y el pH. Gasometría básica 4 (Capítulo final)

Capítulo anterior: Gasometría básica 3
     Cuando se observa al microscopio un fragmento de pulmón, pueden identificarse pequeñas estructuras con forma de vejiga, rodeadas de capilares. Estas estructuras (alveolos) almacenan el aire que, por difusión, intercambia gases con la sangre. Por sus características, el dióxido de carbono suele ser el primero en moverse.
     Como vimos en capítulos previos, una vez que el bicarbonato (HCO3-) captura iones hidrógeno, se convierte en ácido carbónico (H2CO3) que, por acción de la enzima anhidrasa carbónica, es capaz de dividirse en dióxido de carbono (CO2) y agua (H2O). Es decir, cuando se elimina dióxido de carbono, la carga de ácido carbónico baja, lo que reduce la cantidad de iones hidrógeno circulantes —incrementando el valor del pH (alcalosis)—. Este sistema es especialmente eficiente, en vista de la alta presencia de anhidrasa carbónica en el tejido pulmonar.
     Cuando la cantidad de iones hidrógeno se excede, por ejemplo, por una disfunción renal, el recambio del aire alveolar se acelera mucho, disminuyendo la concentración de CO2 en la luz alveolar, con lo que se facilita aún más la difusión de dicho gas desde los capilares aledaños. Esto se consigue incrementando el “volumen minuto” (cantidad de aire que entra y sale de los pulmones cada minuto), al incrementar la frecuencia respiratoria y la intensidad de las respiraciones mediante el estímulo de receptores especializados. 

     El control autónomo del proceso respiratorio se lleva a cabo en el bulbo raquídeo, que recibe información a través de distintos nervios, en cuyas terminaciones se hallan receptores de cambios químicos (quimiorreceptores), sensibles a las concentraciones de iones hidrógeno, dióxido de carbono y oxígeno.  Los principales quimiorreceptores están localizados en puntos estratégicos para analizar la sangre que se dirige al cerebro: en el cayado aórtico (los que transmiten la información a través del nervio vago) y en las carótidas (que informan a través del nervio glosofaríngeo). Un incremento en la concentración del ion hidrógeno (acidosis), un exceso de CO2 o un déficit de oxígeno desencadenan una respuesta en el bulbo, que a su vez incrementa la actividad de los músculos respiratorios, generando la conocida “hambre de aire” o respiración de Kussmaul. 
     Con este capítulo cerramos la sección “Gasometría básica”. 
     ¡Gracias por llegar hasta aquí!
     
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