Los médicos-robots, ¿más cerca de lo que pensamos?

SONNY, personaje de la película I, Robot® del 2004, basada en la obra homónima del autor Isaac Asimov.
Recuerdo que días atrás estuve hurgando en la Web y me topé con una imagen publicitaria de una reconocida compañía farmacéutica. Tenía el retrato de un robot futurista similar a los de la película de Yo Robot, vestido con una bata médica, junto a un escritorio, simulando que atendía a un paciente. La imagen venía con el título “El médico del mañana”. La primera impresión que me dio fue de que era una simple estratagema de la compañía para llamar la atención y conseguir más ventas, sin embargo, tras observarla a fondo me percaté de que la imagen era más que eso. Parecía ser una mirada fría a un futuro no tan lejano.
  Hace tiempo las canas eran una garantía para los pacientes, pues evidenciaban la experiencia adquirida por el médico en cuestión. Los años de práctica hacían que el Doctor se adiestrara en un sin número de escenarios y tuviera más opciones que un neófito. Se trataba de una forma de aprendizaje ensayo-error. Por ejemplo: si un médico vio que 8 de los 10 pacientes atendidos con la misma dolencia mejoraron con un medicamento y no con otro, decide usar ése en vez del otro. Sin embargo, ¿qué pasaba si la experiencia del médico estaba limitada a una raza específica de individuos que, por sus particularidades étnicas, eran distintos?, ¿qué pasaba cuando el médico desconocía el comportamiento de la enfermedad en una edad en particular? ¿Qué pasaba cuando los pacientes tenían otras enfermedades asociadas? Se repetía el ensayo error y, sin duda, había muchos errores en esos ensayos… En las últimas décadas ocurrió un cambio radical en la práctica de la salud que impactó en todos los rincones del mundo. La medicina pasó de basarse en la experiencia individual, a hacerlo en la evidencia. La estadística creó una relación mucho más estrecha con la medicina. Si un estudio realizado a unos 100,000 pacientes demostraba que en tal tipo de personas en concreto funcionaba una cosa y no otra, era conveniente seguir dichas pautas. Este razonamiento es el pilar de la medicina moderna.

     En la actualidad se han creado un sinfín de programas informáticos, plagados de algoritmos que los habilitan para escrutar las distintas bases de datos con evidencia médica. Es habitual que, luego de que un paciente toma asiento junto al consultorio y le cuente sus dolencias al médico, que éste utilice uno de los programas informáticos a su disposición para encontrar las pautas que dicta la evidencia. Incluso hay programas con una interfaz tan sencilla que basta con que se les describan los síntomas para brindar el diagnóstico. Precisamente esto fue lo que me hizo reflexionar con la imagen del robot. ¿Falta mucho para que el paciente le dé los buenos días al señor “Doctor-bot 3000”, le describa sus dolencias y éste encienda unas luces de neón en su cerebro positrónico, repleto de circuitos, mientras accede, en apenas unos segundos, a la infinita red de publicaciones, haciendo del diagnóstico un proceso eficiente y más certero? ¿Será el médico del mañana más investigador que clínico, especializado en reunir datos para ponerlos a la merced de la inteligencia artificial que regirá los cerebros interconectados de los millones de “Doctor-bots”?

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