Identificando patologías con la respiración

La observación es una herramienta poderosa. En la antigüedad, ante la escasez de instrumentos y otros recursos diagnósticos -como los que abundan hoy en día- la observación y otros métodos más personales gozaban de un peso sin igual. En nuestra era, gracias al desarrollo de instrumentos cada vez más especializados, aquellos métodos que eran tan eficaces en antaño se pierden más y más. No debiéramos jamas dejar de observar los pacientes.

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     Tan económica como ninguna otra actividad, en los ojos de un diestro intérprete, la observación es una herramienta incomparable. Si se esperara a la realización de una tomografía de cráneo para estimar la severidad de los pacientes politraumatizados, la mortalidad sería muchísimo mayor. No obstante, los ojos de los observadores de hoy en día han perdido agudeza, quizá por la eficacia de los instrumentos que nos rodean.

     La respiración es una actividad diaria que todos los humanos practicamos y el signo más conocido de vitalidad -hasta en la Biblia Dios dotaba de "aliento" a los muertos para devolverles la vida-, por lo tanto, identificar que un paciente padece de dificultad respiratoria es muy fácil, basándonos en notar que el patrón respiratorio no es el habitual, sin embargo, existen sub clasificaciones dentro de la dificultad respiratoria, que pueden evidenciar distintos problemas y que, por lo tanto, vale la pena diferenciar.

     En pasadas ocasiones en este mismo blog aclaramos que los trastornos pulmonares se pueden clasificar en dos grandes grupos: los trastornos restrictivos y los trastornos obstructivos. Los trastornos restrictivos son aquellos en los que los alvéolos están ocupados de secreciones o colapsados, lo que conlleva a que tengan riego sanguíneo -que estén perfundidos- pero no reciban aire; desde el punto de vista del propio alvéolo mal aireado pero bien perfundido, esta condición se conoce como "cortocircuito", pues la sangre pasa de los extremos arteriales a los venosos de los capilares, sin oxigenarse. Los trastornos obstructivos son aquellos en los cuales existe una obstrucción en el trayecto respiratorio (vías aéreas altas, tráquea, bronquios, bronquiolos), lo que dificulta el paso del aire; debemos recordar también que nuestros pulmones son más eficaces entrando el aire que sacándolo, por lo cual, se desarrolla un fenómeno de atrapamiento de aire y sobre-distensión alveolar que, finalmente, supera la presión hidrostática de los capilares circundantes y, por lo tanto, los colapsa; en resumen: hay aire (excesivo) pero no hay perfusión, lo que se conoce como "espacio muerto".


     Un ejemplo de los trastornos restrictivos (donde hay cortocircuito) es la neumonía y otro de los trastornos obstructivos (donde hay espacio muerto) es el asma.

     Es en este punto, y a raíz de este tema, que surge la siguiente pregunta: ¿Existe alguna forma eficiente de diferenciar la dificultad respiratoria propia de un trastorno restrictivo de la de un trastorno obstructivo? La respuesta es sí, con la mera observación.

     Debemos recordar dos cualidades fisiológicas importantísimas de los pulmones: la distensibilidad (capacidad de expandirse) y elasticidad (capacidad de volver a su estado original). Cuando los pulmones padecen un trastorno restrictivo (como la neumonía) pierden distensibilidad (de ahí su nombre, ya que se restringe la expansión) y todo esto conlleva a que las respiraciones sean superficiales y rápidas. En ocasiones, y, más frecuentemente en los pacientes muy jóvenes (lactantes), aparece una respuesta fisiológica buscando expandir los alvéolos colapsados: aumentar la presión intrapulmonar, aún en la espiración, lo que se consigue con el quejido -el examinador nota que el paciente emite quejido acompañado de la espiración.
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     En los trastornos obstructivos (como el asma o un cuerpo extraño) se pierde la elasticidad (el pulmón se queda ensanchado) y las respiraciones son lentas y profundas. Sin embargo, debemos recordar que los puntos de obstrucción pueden ser varios: un cuerpo extraño puede alojarse en las vías aéreas extra-torácicas (como es la laringe) o en las vías aéreas intratorácicas (como los bronquios), y con la mera observación podría ser factible distinguir una de otra, partiendo del siguiente principio:  En las obstrucciones extratorácicas el mayor esfuerzo acompaña a la inspiración y, por lo general se acompaña de estridor. Si nos amparamos de la auscultación, podemos distinguir sibilancias (silbidos) casi siempre inspiratorios. En las obstrucciones intratorácicas (por ejemplo un bronquio) el mayor esfuerzo es espiratorio y, por lo general, se acompaña de sibilancias espiratorias.

     En resumidas cuentas, los trastornos pulmonares suelen manifiestarse de dos maneras: con respiraciones rápidas y superficiales (los trastornos restrictivos, como la neumonía) o con respiraciones lentas y profundas (los trastornos obstructivos, como el asma o un cuerpo extraño). Pero, ¿existe algún otro tipo de respiración? La respuesta vuele a ser sí; hay muchos más, entre los cuales cabe mencionar las respiraciones rápidas y profundas, de naturaleza metabólica; estas no suelen asociarse a trastornos pulmonares, sino a estímulo de los quimiorreceptores, usualmente por acidosis metabólica; el propósito es aumentar la eficacia ventilatoria y, por lo tanto, eliminar más CO2, disminuyendo la carga ácida sanguínea.

     Es evidente que la observación es una herramienta sin igual que, de manera rápida y eficaz, puede revelar la condición clínica de un paciente, siendo la respiración una actividad en la que cobra todavía más relevancia, ya que con ella se pueden distinguir situaciones potencialmente mortales. En ocasiones, detenernos a echar un ojo es cosa de vida o muerte.

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